NAVIDAD
Y bien, se
encontró en ese punto de la vida, en la encrucijada de caminos, que conduce
indefectiblemente a distintos despeñaderos.
Emprendió el paso con desgana, aun a sabiendas de que lo más juicioso sería sentarse en la piedra gris y plana en la que a esas horas calentaba el sol, y dejarse llevar por el paso del tiempo, cuya medida carecía de importancia salvo para los fútiles humanos, que se vanaglorian no sólo de haberlo acotado sino también de construir maquinarias que atan a sus muñecas para estar siempre atentos a la fábula inventada, que no es más que su deseo de permanecer mientras mueren lentamente.
Emprendió el paso con desgana, aun a sabiendas de que lo más juicioso sería sentarse en la piedra gris y plana en la que a esas horas calentaba el sol, y dejarse llevar por el paso del tiempo, cuya medida carecía de importancia salvo para los fútiles humanos, que se vanaglorian no sólo de haberlo acotado sino también de construir maquinarias que atan a sus muñecas para estar siempre atentos a la fábula inventada, que no es más que su deseo de permanecer mientras mueren lentamente.
Aquellos
lentos pasos por la ciudad, por el parque, que con sus verdes explanadas y
árboles, creaban la ilusión de naturaleza, entre el frío gris del asfalto, los
emprendió por la costumbre de vivir más que por verdadero afán. Se le habían
ido confundiendo, entre los quehaceres, los sueños e ilusiones y, con la madurez, el hastío y el
desengaño eran su equipaje.
Pero no hay
nada como las rutinas para crear una ilusión de ser hacendoso, de utilidad,
cuando en el fondo, los días están marcados por pautas animales, como en el
inicio de los tiempos, como en la selva y en los fondos marinos. Sólo que han
adquirido esas denominaciones sociales. Desayuno, comida, merienda, cena...
Seguimos siendo
fieras que devoramos carne animal que no cazamos. A veces piensa que, si
cazásemos, ese desasosiego interno se aplacaría. El acecho de la víctima, la
carrera, el ataque, la lucha, el pálpito entre nuestras garras de un animal al
que hay que matar para sobrevivir. Todo sigue ahí, intacto,
pero con un móvil en el bolsillo.
Revoloteaba en
su cabeza un vocablo absurdo compuesto por siete fonemas azarosos a los que la
codicia de unos pocos ha querido otorgar un valor sentimental. La Navidad había comenzado una
vez más con la llegada del solsticio de invierno y todas aquellas luces
manipulaban el instinto de los animales humanos.
Ella estaba a
la par cansada y triste. Obligada a perpetuar el absurdo de las reuniones y
compras. Para serenarse pensaba en algún lugar oscuro y frío de la Tierra a
donde las luces artificiales no habían llegado, o no les había interesado
llegar. Olor a suelo mojado y hojas secas que crujen bajo las patas de algún
animal libre.
Al fin, qué
más da, seguirá el camino trazado, la costumbre que enmascara la realidad de
seres feroces que luchan por dinero y poder.
Emprendió
camino hacia su casa. El hombre no es social por naturaleza, no en su caso,
abrumada como estaba por relaciones sociales y familiares que eran fuente constante de
conflicto.
Fue entonces
cuando le vino a la mente el brillo de los ojos que removían su ser, aún en la
madurez, en el sendero cuesta abajo de su cuerpo carnal. El hombre al que un
día encontró, paseando como ahora, sin rumbo preciso, sin presentación formal y
que cruzó la mirada con ella. Desde entonces, más de veinte navidades,
solsticios de invierno, vueltas terrestres, unidos día a día, sin la necesidad del
lenguaje, comunicándose por la mirada y los silencios que desde siempre habían
compartido.
A.M.E.
Realmente profundo y conmovedor. ¡Enhorabuena!. Mel.
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