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sábado, 1 de julio de 2017

LOS SOLER

Los Soler Camarena eran dos hermanos gemelos oriundos de una ciudad de la costa valenciana.
 
Hijos de un empresario hostelero, fueron los dos varones más jóvenes de la familia, en la que les precedían tres hermanas.
 
Nacieron idénticos, pero a los pocos meses, como ramas de un mismo tronco, con crecimiento diverso, Vicente, el mayor, despuntaba vigor y fortaleza, y Salvador, en cambio, era delicado como una más de las hermanas.

El padre, Ramón, era una persona muy respetada en la ciudad, en su fuero interno se había propuesto como objetivo llegar a ser alcalde. Por ese motivo se esmeraba en mantener sus amistades y cultivar su vida social con otros empresarios de la zona.
Orgulloso de ser valenciano, fue nombrado Hermano Mayor Honorario de la Cofradía de la Santa Cruz, formada por ex alumnos de las Escuelas Pías.
 
Desfilaba junto a su mujer que portaba mantilla y rosario, en la procesión de Semana Santa, junto al Jefe de la Guardia Civil y detrás del Obispo, cerrando los pasos.
Vicepresidente de la Junta Local Fallera, su hija mediana había sido fallera mayor hacía ahora dos años. Se le podía ver, como condimento de todos los guisos, en las fiestas de cada barrio comiendo y bebiendo como el que más y encendiendo petardos con los chavales.
 
En fin, un hombre de prestigio social y suerte en los negocios.
 
Paseaba con su familia por la calle Mayor los domingos y tomaba el vermú en la plaza del Ayuntamiento, la misma en la que se hacía la ofrenda floral a la Virgen año tras año.
Su gran habilidad en los negocios, cultivaba naranjas en invierno y llevaba con mano firme sus hoteles y restaurantes en la playa en verano, les permitía llevar una vida acomodada.
Había cumplido, como diría un psicólogo, todas las expectativas que pensó que sus padres esperaban de él, por lo cual sentía la dicha del ser un modelo como hijo, marido y padre.
Vicente y Salvador eran el orgullo de Ramón. Fueron criados con esmero por la madre y las hermanas en su más tierna infancia.
 
Cuando cumplieron la edad apropiada, los internaron en un colegio privado de curas situado en una población cercana, al que Ramón hacía generosas donaciones. Tan generosas que, en un principio, sirvieron para silenciar las maneras finas de ambos hermanos, cara y cruz de la homosexualidad, pero al final, todos los compañeros supieron que aquel colegio lleno de bellos efebos de su edad, era el paraíso de sus noches de cazalla y tocamientos.
 
Tuvo que ser una Semana Santa cuando Ramón descubriera por sí mismo la orientación sexual de sus varones.
 
Al volver antes de tiempo por ser suspendido un acto público a causa de una lluvia feroz, los encontraron vestidos de falleras, con los trajes de las hermanas y la música tradicional de la tierra a toda pastilla, cepillándose a uno de los muchachos que cuidaba los naranjales.
 
Tal fue el disgusto familiar que Ramón cayó en un profundo abatimiento del que su mujer e hijas no lograban recuperarle ¡cómo encajar aquel golpe a su reputación!
 
Tuvo que darle muchas vueltas al magín para buscar un lugar donde sus hijos pasasen desapercibidos, pues su mayor preocupación no era el gusto sexual de sus gemelos, sino ser la comidilla del pueblo.
 
El mismo había tenido serias dudas durante su juventud, pero no se permitió faltar a su responsabilidad y a fuerza de tesón y razón, había esquinado la debilidad.
Su olfato empresarial le dio la clave y resolvió comprar una discoteca en las afueras de la playa para que la dirigieran sus hijos durante el verano. La promiscuidad era allí mejor vista.

Durante los largos meses de invierno acordó empaquetarlos a un piso de alquiler en el barrio de Chueca donde pudieran “mariconear a placer en la lejanía de la capital”.
Su virtud para los negocios era tanta, que aquella discoteca comprada con disimulo, poco a poco fue convirtiéndose en el lugar de referencia del colectivo LGTB en toda la costa valenciana. Incluso abrieron una sucursal el Ibiza, precedida por la fama de sus fiestas antológicas, para solaz del personal.

La discoteca fue una mina de oro para Vicente y Salvador, tanto que logró darles un lugar respetable en la sociedad de la zona, tan respetable como su padre o más, ya que lograron, con su influencia y dinero, comprar el deseado puesto de alcalde a don Ramón Soler, hijo, marido y padre modelo y hombre experto en los negocios.

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