Voces de hielo.
Las vi trepar, muerta de
ausencia,
por mis brazos,
por mi desconsuelo,
acariciaban el nudo de
piel tejido,
que atormentaba mi
garganta.
Noches llenaron mis ojos
huecos.
Noches sin aurora.
Con el humo de tus labios
trenzaba sueños,
y, con esmero, tejía tus
manos
que dibujaban cálidos
surcos,
en mis lágrimas,
en mis anhelos.
Arrastraba las horas por
la tierra húmeda.
Una manada de lobos me
abría paso
en cada esquina,
en cada gesto.
Me mordían con dientes
antiguos,
rayos de muerte afilados
y azules.
Balas de Caín hicieron
mella.
Balas de ayer.
Las oí temblar con
impotencia,
dentro de tu cabeza,
dentro de mi tristeza,
atravesaban carne herida
que ajena estaba,
y el horizonte de tu
silencio se hizo mar.
Lenguas de acero,
Lenguas de lluvia,
cortaban nuestros besos a
dentelladas.
Un puente de plata y luna
unió a tus ojos la fría
almohada.
Ahora que vuelves de tan
lejos,
territorio de corazón
reseco,
trajiste de ese viaje
soles eternos,
y un olvido cargado de
violencia,
sobre tus hombros,
sobre mis pensamientos.
Voces me negaron la mirada.
Voces de furia.
Fue entonces,
animal herido de soledad,
cuando las ramas de tus
palabras,
verdecieron en mi pecho.
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