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domingo, 4 de febrero de 2018

MANUAL DE SUPERVIVENCIA


 
            Un hombre mayor, más de setenta años, acaba de enviudar. Se le presentan las vacaciones por delante. Meses atrás ha tenido tiempo, en soledad, de hacer frente a su viudedad.

            A solas llora, pero tiene una hija casada y dos nietos. Ella se ha empeñado en que los acompañe al apartamento de la playa que, en su día, compró con su mujer fallecida para disfrutar de la jubilación.

            Todo le supone un gran esfuerzo. Acompañar a la hija, ir a la playa, cuidar de los nietos. Les observa a hurtadillas. Son majos, les espera una vida con alegrías y penas. ¿Compensa? Porque al final siempre son penas.

            Su mujer, fumadora empedernida, no dejó el tabaco ni sabiendo que sufría cáncer de pulmón.

            ¿Qué hay en la mente de un ser humano para que se destruya? El vicio es la punta de un iceberg de miedo, frustración y soledad.

            Ahora siente una pena honda en el pecho, día y noche. A veces se despierta con una opresión en el centro de su cuerpo, intuyendo en su mente confundida por el sueño que algo malo ha pasado. Luego vuelve a la consciencia y ya sabe qué es.

            La costumbre de su mujer se ha perdido. La compañía de los años que tuvieron su bondad y su maldad. No sabe discernir quién da más pena, su mujer muerta o él mismo y su soledad.

            Jubilado y todo el día por delante, reflexiona sobre una vida de trabajo y ahorros, pagar la hipoteca, el coche, los estudios de la hija, el apartamento en la playa.

            Tiene las manos llenas de soledad y todo le parece superfluo. Comer, dormir, ver la tele, los esfuerzos de su hija por darle ánimo, los juegos de sus nietos.

            Quizá algún día despierte y sepa vivir solo. Vejez y soledad es una bebida venenosa.

            Tendría que destruir todo el edificio moral sobre el que ha construido su vida y empezar a elaborar una nueva visión con otras mujeres, disfrutes vanos, caprichos…

            Le es más fácil agarrarse a sus bases sólidas y ser un muerto en vida, pero valorado socialmente por su hija, familia y amigos. Conservar sus ideas religiosas firmes que chocan inefablemente con la cara de una muerta. La costumbre de seguir y ahogar los sentimientos, cualquiera que llegue a los setenta es un experto.

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