Buscar este blog

domingo, 9 de septiembre de 2018

ROSI Y MI BICICLETA

            Siempre he relacionado las bicicletas con el deseo. El extraño esqueleto de metal tiene un potente significado erótico para mí. Todo viene, como suele ser ley, de esa extraña época que es la adolescencia, en la que a menudo se hacen descubrimientos que quedan esculpidos en nuestro cerebro a cincel.

            Mi familia tenía el dinero justo para vivir, no es que fuésemos pobres, pero no había espacio para los lujos. Yo observaba las bicis de mis amigos y, como solía suceder entonces, aprendí a montar aunando mi esfuerzo con su generosidad, de forma que, al final de la tarde, alguno de ellos, harto de pedalear, me cedía un rato su bicicleta, y esos pocos minutos los aprovechaba, como el tiempo que transcurre cuando te subes a los coches de choque, con toda la emoción que se pueda imaginar.

            Tal fue el caso, que adquirí una destreza destacable en el arte del pedaleo y, lo que al principio era un nuevo pasatiempo, se convirtió en una obsesión, un deseo insatisfecho de poseer aquel codiciado objeto.

            Mira tú por dónde, a mis padres les surgió la oportunidad de adquirir una bici de segunda mano que había pertenecido a un primo lejano. El mejor recuerdo de mi infancia fue ver a mi padre traspasar el umbral de la puerta con aquella bicicleta usada que a mí me parecía nueva y reluciente. No cabía en mi de gozo.

            La mañana en el colegio era solamente un prólogo insufrible en el que, las ansias de que llegara la tarde y salir a montar por el barrio, eran la verdadera y mágica historia. Había triunfado. Las cuestas y descampados eran un paraíso que relucía bajo mi nueva mirada, pertenecía al grupo de chavales con bici. Me sentía el rey.

Una de aquellas tardes Rosi me pidió que le prestase un rato la bicicleta. Rosi era la chica más guapa y sensual que uno pueda imaginarse. No tenía ningún rasgo especialmente destacable. Ojos marrones, piel morena y pelo castaño. Era su forma de mirar, la cadencia de su risa y el movimiento cimbreante de su cuerpo de piel tersa, lo que nos hacía permanecer absortos a todos los colegas del barrio. Era de verbo fácil, rápida y ocurrente, te hacía quedar como un gilipollas y luego, el resto de la tarde, los demás chavales se cachondeaban de tu pasmo. Tu imaginabas, en tu interior, lo que le habrías podido decir en el caso de que tu boca hubiera obedecido a tu mente.

            Así que no me lo pensé dos veces, ¿Cómo negarse?, Le hubiera dado cualquier cosa que estuviera en mi mano. Rosi la agarró por el manillar, levantó su elástica pierna y posó blandamente su redondo culo sobre el sillín. Aquella visión me removió de la cabeza a los pies. Me tuve que sentar en el bordillo de la acera mientras contemplaba feliz cómo se alejaban, sintiendo que la fortuna se había enamorado de mí.

            Ninguna de las dos volvió entera. Rosi se cayó y se rompió un brazo y mi bicicleta, a consecuencia del choque, quedó inutilizada para siempre. Empecé a sospechar, a raíz de aquello, lo que era la vida. Si miro muy atentamente una bicicleta puedo rememorar las sensaciones ambivalentes del deseo, la posesión y la pérdida. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario